Agustina no se había podido dormir en seguida. Poco después de acostarse, había empezado a escuchar que sus padres iban de la pieza a la cocina, al baño, y viceversa. Pero eso no la molestaba. Sabía que de esas corridas iba a resultar algo bueno, aunque todavía misterioso para ella. Se abrazó fuerte a Alfonso. Ya se había resignado a que tendría que compartir su pequeño mundo; pero Alfonso sería solo su amigo. La protegía. Por eso no se intranquilizó cuando su papá le dijo que él y mamá tenían que salir, que vendría la tía a quedarse con ella.
Temprano en la mañana, la tía Caro la despertó con un suave beso en la frente. Agus se acurrucó en los brazos de Alfonso. Estaba cómoda, y todavía tenía sueño. La tía la alentó a levantarse: le había preparado una taza grande de leche chocolatada, y además sus papás le tenían una sorpresa y tendrían que ir a buscarla. "¿Mami está bien?", la vocecita de cuatro años de la nena sonó preocupada. La tía sonrió mientras le corría un bucle de los ojos. "Mamá y papá están muy contentos. Y vos también vas a estar feliz", y salió a terminar de preparar el desayuno.
Agus imaginaba algo, pero no se animaba a preguntar. Apretó fuerte a su amigo una vez más. "Te quiero mucho", le dijo. Se apoyó sobre su nariz afelpada. Se Bajó de la cama e hizo que los patos en forma de pantufla abrigaran sus piecitos, tapó a Alfonso con la sábana para que pudiera seguir durmiendo, y fue en busca de la chocolatada prometida.
Agus y la tía Caro llegaron al Sanatorio. Francisco las estaba esperando en la puerta, para que no se perdieran antes de llegar a la sala. Al verlo, la nena parecía tan feliz como si no hubiera visto a su papá en semanas. El le hizo upa, Agus cruzó sus bracitos en la nuca y le pidió que la llevara a ver a la mamá. Ella ya sabía lo que pasaba.
Antes de llegar al tercer piso, Francisco llevó a su hija a la confitería. Le compró un alfajor. Se sentaron en una mesa y él le contó que por fin lo iba a conocer. "Vos lo tenés que cuidar. Es muy chiquito. Y cuando crezca, él te va a poder cuidar a vos también." Agus parecía concentrada en el alfajor. Pero su cabecita imaginaba un compañero de juegos. Ella le iba a enseñar los que aprendió en el jardín. Iban a cantar. Lo iba a proteger, como Alfonso la protegía a ella. "Pá, ¿cómo se llama?". "Lo estamos pensando con mamá. Todavía no elegimos". Agus dejó la mordisqueada golosina sobre la mesa, se bajó de la silla muy decidida a seguir la ruta, agarró el meñique de Francisco y dijo "Vamos a ver a mami".
Se acercaron a la puerta 305. La tía Caro ya estaba ahí, parada, recién salida de la habitación, con una amplia medialuna en su rostro. Agus empujó la puerta todo lo que su fuerza le permitió; Francisco completó la acción y la nena entró corriendo hacia la cama. El hombre la alzó, Agus se aferró fuerte, miró a la personita que se estaba alimentando de su mamá. "Agus, ¿lo querés acariciar?", preguntó su mamá. Hizo un gesto de sí con la cabecita, extendió un bracito y tocó un cachete del bebé. Apoyó los rulitos en el hombro de Francisco. Después de un silencio pensativo, dijo: "Mami, no te preocupes, vos cuidame a mí, que Alfonso te va a ayudar a cuidar al bebé"
Temprano en la mañana, la tía Caro la despertó con un suave beso en la frente. Agus se acurrucó en los brazos de Alfonso. Estaba cómoda, y todavía tenía sueño. La tía la alentó a levantarse: le había preparado una taza grande de leche chocolatada, y además sus papás le tenían una sorpresa y tendrían que ir a buscarla. "¿Mami está bien?", la vocecita de cuatro años de la nena sonó preocupada. La tía sonrió mientras le corría un bucle de los ojos. "Mamá y papá están muy contentos. Y vos también vas a estar feliz", y salió a terminar de preparar el desayuno.
Agus imaginaba algo, pero no se animaba a preguntar. Apretó fuerte a su amigo una vez más. "Te quiero mucho", le dijo. Se apoyó sobre su nariz afelpada. Se Bajó de la cama e hizo que los patos en forma de pantufla abrigaran sus piecitos, tapó a Alfonso con la sábana para que pudiera seguir durmiendo, y fue en busca de la chocolatada prometida.
Agus y la tía Caro llegaron al Sanatorio. Francisco las estaba esperando en la puerta, para que no se perdieran antes de llegar a la sala. Al verlo, la nena parecía tan feliz como si no hubiera visto a su papá en semanas. El le hizo upa, Agus cruzó sus bracitos en la nuca y le pidió que la llevara a ver a la mamá. Ella ya sabía lo que pasaba.
Antes de llegar al tercer piso, Francisco llevó a su hija a la confitería. Le compró un alfajor. Se sentaron en una mesa y él le contó que por fin lo iba a conocer. "Vos lo tenés que cuidar. Es muy chiquito. Y cuando crezca, él te va a poder cuidar a vos también." Agus parecía concentrada en el alfajor. Pero su cabecita imaginaba un compañero de juegos. Ella le iba a enseñar los que aprendió en el jardín. Iban a cantar. Lo iba a proteger, como Alfonso la protegía a ella. "Pá, ¿cómo se llama?". "Lo estamos pensando con mamá. Todavía no elegimos". Agus dejó la mordisqueada golosina sobre la mesa, se bajó de la silla muy decidida a seguir la ruta, agarró el meñique de Francisco y dijo "Vamos a ver a mami".
Se acercaron a la puerta 305. La tía Caro ya estaba ahí, parada, recién salida de la habitación, con una amplia medialuna en su rostro. Agus empujó la puerta todo lo que su fuerza le permitió; Francisco completó la acción y la nena entró corriendo hacia la cama. El hombre la alzó, Agus se aferró fuerte, miró a la personita que se estaba alimentando de su mamá. "Agus, ¿lo querés acariciar?", preguntó su mamá. Hizo un gesto de sí con la cabecita, extendió un bracito y tocó un cachete del bebé. Apoyó los rulitos en el hombro de Francisco. Después de un silencio pensativo, dijo: "Mami, no te preocupes, vos cuidame a mí, que Alfonso te va a ayudar a cuidar al bebé"
* Ilustracion: Fernando Falcone www.fernandofalcone.com.ar (Gracias! )
1 comentario:
Este texto me sigue enterneciendo muy mucho. El final es sublime. Ya lo conozco y se me sigue escapando el lagrimón.
Cuanta sencibilidad!!!!
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