Caminando hacia mi casa, una vaquita de San Antonio decidió que quería tomar un descanso de su jornada sobre mi cartera. De a poquito, como sin querer pedir permiso, se subió a mi mano, la que suele custodiar la manija. Empezó a pasear, recorriendo cada milímetro y olfateando cada célula de mis dedos. Me puse a jugar con ella, con la certeza de que en cualquier momento iba a volar con mis deseos. Le hacía puentes, juntaba dedos y los separaba, la dejaba caminar por el antebrazo hasta que me hiciera cosquillas. Y a ella no parecía disgustarle todo lo que yo le hacía andar. Me acompañó hasta mi casa. Y dejé que siguiera su ocio en el jazmín.
1.1.08
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3 comentarios:
¡Un brindis por ella también!
Hermoso...lo vuelvo a leer y pareciera como si las palabras tuvieran el ritmo de ese paseo diminuto...
Es hermoso... pero tan triste.
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