Decidió aplicar por primera vez el ritual tal como se lo había enseñado su mamá. Fue a la plaza, y en un rincón solitario arrancó hojitas de pasto que guardó en una bolsa de supermercado. No era necesaria tanta cautela. Aunque en realidad, tal vez fuera un poquito de vergüenza por la cantidad de años en sus manos.
En su casa, acomodó con mucho cuidado las hojitas en un plato. Sonó el telefono. Su nieta. "Abu, ¡estoy muy nerviosa! ¿Vos les mandaste mi carta?". "Claro, querida. Saben que te portaste bien, y seguro te van a traer lo que pediste". Había momentos en los que admiraba la inocencia de la nena, y le gustaba seguirle el juego. A pesar de que ella misma habia sido escéptica, incluso de chiquita.
Llegó la noche. Puso el plato al lado de la ventana. Sobre un bols profundo, dejó que el agua se sintiera a gusto. Lo acomodó sobre un trozo de tela con puntilla. Su ropa de día dejó paso al camisón, y las sandalias a las pantuflas. Eligió el par de zapatos de las ocasiones especiales, les sacó brillo, y los puso entre el platito y el bols. Sobre el derecho, lo que su nietita había pedido por fin tenía forma. Dejó libre el izquierdo. Se recostó en la cama y apagó la luz justo cuando su mejilla empezaba a sentir la humedad.