30.9.07

En el aire

La idea de estar alejada 11.000 metros del suelo durante 12 horas, muchas de las cuales además serían sobre agua profunda (posiblemente, sobre la Atlántida), podía ser motivo suficiente para que conocer la estación de Atocha quedara en mi lista de pendientes para siempre.

La anulación del pensamiento en ese día, pensé, se podía prever con grandes dosis de té, lectura, música y sueño. Y por supuesto, evitar la “suerte” de tener el asiento de la ventanilla.

El plan venía bien. Hasta que el altavoz y las gesticulaciones de las azafatas hablaron de atrocidades como “salida de emergencia”, y la nave hermética empezó a carretear sin vuelta atrás.

Los 150 latidos por minuto del corazón tomaron forma de agua desde mis ojos. Afortunadamente, mi compañero de banco de turno era un tano que tomaba un avión casi con la misma naturalidad que si hubiera subido a un 60. Y su preocupación sobre si el pastiche con pretensiones de ravioles eran el almuerzo o la cena, sirvió como un buen periodo de adaptación. Pero la ventanilla seguía siendo territorio prohibido.

En algún momento del viaje, mi compañero tendría que visitar el escasísimo sanitario (el mito lo seguirá siendo: las posibilidades funcionales no ayudan a comprobarlo), y cuando eso pasara, nada habría entre la ventanilla y yo.

Pero lo que no imaginé, fue que el momento iba a ser justo cuando la noche venía desde el costado en que estaba yo. Como quien se acerca a un rotweiller dormido, me incliné hacia la ventana. Y ahí estaba, la luna que ese día se llenaba, mirándome de abajo por algún efecto óptico que no me molestó ignorar, y escoltando mi viaje.





20.9.07

Prescindencias.


"(...) yo soy apenas la burbuja
que te refleja, que destruirás
con sólo un parpadeo."
Julio Cortázar

Y de repente, un día, descubrís que sos un pelo en una ceja tupida.

O una cabeza en la manifestación.

O una paja, lejos de la aguja.

O un dólar en la cuenta de Rockefeller.

O un mosquito en verano junto al río.

O…

10.9.07

El breve espacio


Ojala algunos meses pudieran arrancarse de cuajo del calendario. Que junto con las hojas que lo hacen físico, se escurran de las esquinas las canciones. Que las historias se olviden de que alguna vez fueron inventadas. Que la plenitud de la noche deje de lado esa mueca de Gioconda, y que alguna vez (¡alguna vez!) se vuelva protectora. Que los ojos no duelan ante huellas apenas perceptibles. Que el fantasma de sonido agudo deje de rondar a la medianoche. Que las risas no sepan a jengibre rancio y que sean solo mias cuando alguien más las oiga. Y que cuando todo eso se evapore, derretido por la sal, el calendario se complete con una nueva canción.

2.9.07

A los frutillómanos

Esos frutos que Uds. llaman tiernos y sinceros, son en realidad criaturas abominables y crueles. Uds no saben lo que son capaces de provocar. Su poder dañino excede cualquier gesto aparentemente amable de parte ellos. Son tan hábiles en su tarea de hacer el mal, que tienen convencido a todo el planeta (y en especial a las embarazadas que vuelcan su inocente antojo hacia estos seres) de que su único interes es hacer felices a las personas, cuando en realidad ¡¡¡NO LO ES!!!! La crema, el yogur y el ron constituyen disfraces para lograr involucrarse entre la población y llevar a cabo su misión invasora.
Afortunadamente, fui una de las pocas "elegidas" a las que se les dio a conocer el llamado "Secreto Rojo".
Lamento con profunda congoja comunicarlo de esta forma y decepcionarlos. Creo que esto es sólo comparable al descubrimiento de la identidad de Papa Noel.